✐Art Director & Copywriter
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#1
18 de febrero ↓
Nos enamoramos, tal y como se enamoran dos personas en los cuentos del siglo veintiuno: borrachos y sucios, en la barra de esos bares a los que uno se dirige cuando quiere olvidar por qué fue. A vaciar vasos y escupir los besos que no se dieron a tiempo, supongo que para que no se nos ahoguen los futuros de un pasado muerto.
Besos que se acaban regalando al primer chasquido de conversación decente, un buen culo y una excitación que te nuble la vista más de lo que lo hizo la cerveza.
Recuerdo que ella no paraba de hablar y yo, mientras tanto, contemplaba vacío sus palabras. Pensaba en lo extraño que era aquel lugar, con las paredes llenas de aquellas luces lujuriosas que gritaban, con un sutil parpadeo, todas las obscenidades que le gusta cometer a nuestro subconsciente, en las guarradas que se podrían haber llevado a cabo sobre aquella barra pegajosa que me sujetaba a una realidad difusa, en el ambiente oscuro y tétrico, el ruido de vidas olvidadas, abandonadas a la noche y a los encantos de perder más de una vergüenza, a los placeres ocultos de nuestra indecencia existencial y a la incontinencia verbal que caracteriza a nuestro yo etílico.
Sentí el roce suave y decidido de una mano desconocida sobre mis intimidades, un instinto furioso me transportó salvaje de nuevo a la conversación: reí, y me di de bruces con su rostro. Tenía los ojos grandes y bien abiertos, de esas miradas que asustan a los indecisos y acobardan a los pulcros. Sus labios parecían la puerta idónea a todos mis deseos carnales. Una bestia de dientes perfectos. Miré su cuello erguido, sus hombros delgados, caminé despacio sobre el lienzo de su piel desnuda y observé con ansia desmedida la excursión de sus dedos sobre mis debilidades. Entonces giró la cabeza, pidió otra ronda, y me perdí para siempre en las sombras de su pelo eterno.
#2
Cómo duelen los sujetos ↓
Hay amores que llegan caducos. Que mueren demasiado pronto de tan rápido que vinieron.
Nos quisimos tanto que duró muy poco. Qué pena descubrir contigo que no hay tiempo verbal más triste que el pasado de un juntos. Cuando juntos se conjugaba tan perfecto a tu lado.
Quizá es que vivíamos demasiado de los verbos. Y yo, que predico demasiado, acabé siendo un triste sujeto sin nada que aportar a tu significado. Y así fue cómo acabamos siendo una oración de relleno. Una frase sin sustantivo alguno. Sin ninguna conjunción que nos uniera lo más mínimo. Sin un adjetivo bonito que calificara lo nuestro.
Llegaste en el mes más extraño y, desde entonces,
noviembre nunca fue lo mismo.
Tú decías que me notabas raro y yo, que aquel día estaba diciembre, te contesté lo más sincero que encontré dentro de mí mismo: absolutamente nada. Ahí fue cuando me di cuenta de que éramos dos caminos sin rumbo. Dos almas gritando lo mucho que le dolía el otro. Una calle cada vez más ancha. Dos aceras que no iban a encontrarse.
#3
Jazz ↓
Tomé asiento. Al fondo sonaba Miles Davis que, acompañado de Charlie Parker, hacía las delicias de todos aquellas almas presentes en el Royal Roost de Nueva York. Era un frío septiembre de 1948, aquel año nevó pronto, y las jóvenes noches de la capital del mundo los club de jazz se llenaban de instrumentos, trajes elegantes, sombreros estridentes y tabaco.
Crucé, como pude, atravesando e interrumpiendo conversaciones de bourbon y Marlboro, hasta llegar a un lugar solitario de la barra donde poder gozar de la magia del momento; sintiendo cada golpe de sordina como una caricia de invierno bajo las sábanas.
Observé con mirada felina, sin embargo, las blancas piernas del animal salvaje que hacia a mi se aproximaba; apagó la tele, me encadenó entre sus piernas desnudas,
besó mis labios, me quebró las costillas, apretó con rabia un corazón que gritaba de agonía, le clavó sus uñas afiladas como agujas y me lamió en secreto las cicatrices de todos los traumas que pueda acumular una vida entera sin oler su pelo. Sin escuchar su risa. Sin atreverse a mirarla, cuando te busca entre tus sombras con sus grandes ojos del color de dos planetas, tan bonitos como este.
#4
Llueve ↓
Llueve, y ni si quiera sé si este martes es noviembre. Me quedo absorto en el susurro rápido y lejano de los coches, en el silencio de los parques, el ladrido de un perro y el chasquido de las gotas revolcándose en las húmedas aceras, deslizándose asustadas por los cristales de los coches hasta mojar con su tacto el
gris y gastado asfalto. Y veo, con la mirada perdida, el baile de las hojas de los árboles. El humo de un cigarro que se acaba. El correr de una vecina por su ropa. El pasar curioso de un paraguas oscuro, más oscuro que tus ojos. Y me miras, y no sé dónde esconderme. Si ni eres tú, ni llueve, ni es noviembre. Que solo es martes y otra vez vago solo por todos los paisajes de tu nombre.
#5
Mayo ↓
El último día de mi torpe existencia me pilló asomado a la ventana. Aquel 25 de mayo vi como las gotas de lluvia se agarraban con fuerza al cristal de mi cuarto. Algunas de ellas se precipitaban, juntándose las unas con las otras en un baile deslizante, convirtiéndose en seres únicos unidos por el simple azar. Otras, perpetuaban su quietud, espectadoras de su propia desdicha, contemplando sin suerte el preciosismo del
que parece no serían parte. Solas y condenadas a desvanecerse sin que ninguna otra acariciase su presencia. A lo lejos, un chico joven recogía su ropa. Aquel chubasco no estaba previsto, pero ya sabéis lo que dicen del mes de mayo. Me identifico bastante con las borrascas, suenan mejor de lo que son.
De vuelta de mis delirios, acerté a verla reflejada sobre el cristal. Su piel blanca y lisa hacía que pareciera una escultura recién esculpida. Y yo la miré como quien mira
algo que poco antes no existía. Posé mi mano izquierda sobre su hombro desnudo y recorrí con delicadeza el cuerpo dormido. Mientras tanto, el sonido de su respiración se unía al rugido de la tormenta, formando una melodía que me transportaría lentamente hacia un sueño del que nunca más tuve retorno.
Y así fue como nos convertimos en lluvia.